Cairns, Australia.- El efecto de las picaduras de las pequeñas medusas irukandji es tan fuerte que uno no puede respirar, como si tuviera un elefante sentado en el pecho, y el dolor tan intenso que uno siente ganas de morir, dice el científico australiano Jamie Seymour, que lo ha sentido en carne propia once veces.
Son los riesgos del oficio que, entre otras cosas, consiste en extraer el veneno de las temibles criaturas marinas para salvar vidas, explica este toxicólogo de la Universidad James Cook de Australia.
Decenas de medusas irukandji, algunas del tamaño de una semilla de sésamo, flotan en unos tanques de agua en un laboratorio de esta universidad en el estado de Queensland.
En otro tanque hay uno de los peces más venenosos del mundo: el pez piedra y su mortífera espina dorsal.
El veneno de este pez puede matar seres humanos, aunque en Australia no se registraron casos mortales. Seymour sobrevivió a su picadura.
Su equipo estudia los animales más mortíferos de Australia para tratar de entenderlos y ayudar a proteger a las personas.
«Australia es, sin lugar a duda, el continente más venenoso del mundo», asegura Seymour a la AFP.
«Cuando hablo con la gente, especialmente con los estadounidenses, se sorprenden que no muramos todos al nacer», agrega.
Paseando entre los tanques, el científico va mostrando sus peligrosas criaturas, entre ellas unas cubomedusas, llamadas comúnmente avispas de mar, cuyo veneno puede matar a una persona en solo diez minutos.
– Extraer el veneno –
A pesar de los numerosos animales venenosos en Australia, las muertes son relativamente raras.
Los datos oficiales muestran que entre 2001 y 2017 hubo de media 32 muertes anuales vinculadas con animales, aunque la mayoría causados por caballos y vacas.
Desde 1883 se han registrado dos muertes por medusas irukandji y alrededor de 70 por cubomedusas.
Para comparar, solo en 2022 hubo 4.700 muertes por drogas, alcohol o accidentes de tráfico en Australia, según datos del gobierno.
«Las posibilidades de recibir una picadura o una mordedura de animal en Australia son razonables, pero las opciones de morir muy bajas», dice Seymour.
Su equipo es el único en extraer el veneno de estos animales letales para convertirlo en antídotos.
En el caso de las cubomedusas, el proceso es complicado. Los investigadores tienen que sacar sus tentáculos, congelarlos en seco y extraer el veneno cuando se ha solidificado.
Para las medusas irukandji no hay remedio. Los doctores deben tratar cada síntoma cuando aparece. Si la atención médica es rápida, la posibilidad de sobrevivir es elevada.
La extracción del veneno del pez piedra es más delicada.
Los científicos deben insertar una jeringa en las glándulas venenosas del animal vivo mientras lo sostienen con una toalla.
El veneno es enviado a un centro en el estado de Victoria que se encarga de su procesamiento.
Primero, el personal inyecta durante seis meses una pequeña cantidad del veneno a un animal, como por ejemplo un caballo, que desarrolla anticuerpos naturales.
Entonces los científicos retiran el plasma del animal, extraen los anticuerpos, retiran las impurezas y lo convierten en contravenenos para humanos.
– Cambio climático –
Estos antídotos son enviados a hospitales de Australia y de otras naciones del Pacífico para que sean administrados a pacientes que hayan sido picados o mordidos por alguno de estos animales.
«Tenemos algunos de los mejores contravenenos en el mundo, no hay duda», se enorgullece Seymour.
El cambio climático puede hacer cada vez más necesarios este tipo de remedios, advierten los científicos.
Hace unos 60 años, las medusas irukandji solían merodear las aguas australianas entre noviembre y diciembre.
Con el aumento de las temperaturas oceánicas, su presencia puede alargarse hasta marzo.
El calentamiento también lleva a las medusas letales hacia el sur de la costa australiana, más alejada del trópico.
Los estudiantes de Seymour han hallado que estos cambios de temperatura también alteran el nivel de toxicidad del veneno.
«Por ejemplo, si preparo un contraveneno para un animal a 20 grados y me muerde un animal que vive en un entorno de 30 grados, ese contraveneno no va a funcionar», explica.
Estudios científicos han demostrado que el veneno de estas criaturas también podría emplearse para tratar otras enfermedades, aunque es un área de investigación poco financiada.
El veneno «debe pensarse como un guiso de verduras. Hay un montón de componentes distintos», dice Seymour.
«Lo que estamos intentando hacer es separar los componentes y averiguar qué pasa», agrega.